Buen día. Hoy, esto es lo importante:
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Adiós, PAIS. ¿Hola, tormenta?
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La paulatina extinción del impuesto PAIS comenzó ayer con la eliminación del anticipo del 95% del mismo en concepto de requisito para el acceso a las divisas necesarias para importar y culminará el 22 del mes que viene con su desaparición formal. Si al inicio de su administración Javier Milei había elevado ese gravamen del 7,5% en que lo habían dejado Alberto Fernández y Sergio Massa hasta el 15%, devolvió en octubre la alícuota a su nivel inicial y es en esa medida que el tipo de cambio oficial se abaratará antes de la próxima Navidad. ¿El programa económico entra en una conocida zona de riesgo?
El Presidente y Toto Caputo confían en que esa decisión, que exigirá el ajuste para sostener el mantra del déficit fiscal cero y que presionará más –vía mayores importaciones y menores incentivos para exportar– sobre las reservas negativas netas del Banco Central, no conducirá al estrangulamiento conocido del sector externo, piedra de toque de todas las grandes crisis nacionales. Es cierto que la estructura productiva y exportadora de la Argentina está cambiando mucho por razones de larga duración que exceden las políticas del Gobierno, ¿pero lo hace en la medida suficiente para eliminar el peligro de un estallido cambiario que haga trizas la desinflación reciente, otra vez los salarios y jubilaciones y, con todo eso, expectativas sociales que se mantienen sólidas en alrededor del 50% de la ciudadanía?
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Entre la sustentabilidad y las dudas
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La política cambiaria, que incluiría una reducción del ritmo mensual de incremento del dólar oficial –crawling peg– del 2% actual al 1% durante el primer trimestre del año próximo, sirve a dos propósitos: por un lado, a facilitar la apertura importadora y, con eso, una mayor competencia en el mercado interno, vocación ideológica del anarcocapitalismo gobernante; por el otro, forzar, vía ancla cambiaria, la desinflación reciente para llevar el IPC a un entorno del 25% en 2025 y presentarla como principal carta política en las elecciones de mitad de mandato. La cuestión es si ese sendero es sostenible.
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Fuente: Relevamieneto de Expectativas de Mercado.
La intención de favorecer las importaciones se evidencia en una serie de medidas: la desgravación de las compras online de individuos en el exterior, la ampliación de 1.000 a 3.000 dólares del tope para compras vía courier y hasta la simplificación de trámites para la adquisición de electrodomésticos extranjeros. El pato de la boda de esa política serían las empresas pyme que producen para el mercado interno.
Al creciente abaratamiento del dólar e incentivos oficiales varios para importar, se añade otra vertiente para la salida de divisas: el turismo emisor, que apalancado en el superpeso actual, en la reducción de los costos para gastar con tarjeta en el exterior y en financiamiento que comienza a aparecer generaría en el verano un déficit de alrededor de 3.000 millones de dólares, según la consultora EPyCA. Otra vez: ¿resiste el esquema?
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Las reservas del Central son "el talón de Aquiles del modelo porque más allá de que compra dólares, las netas no están subiendo. Creemos que van a mantenerse más o menos en los niveles actuales, entre 5.000 y 6.000 millones de dólares negativas. El Gobierno tiene la posibilidad de hacer una renovación de los vencimientos del año que viene. Eso obviamente le disminuiría la demanda de dólares, pero son escenarios alternativos que estamos trabajando. En el escenario base, las reservas siguen siendo uno de los principales factores de preocupación para el Gobierno", estimó el especialista Federico Filippini.
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¿Hay algo que no estamos viendo?
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desPertar ha definido la política económica, especialmente en lo cambiario, como una carrera contra el tiempo, hecha de atraso cambiario y espera de condiciones que permitan equilibrar el sector externo para evitar una megadevaluación políticamente explosiva, sobre todo antes de las legislagivas.
Sin embargo, también ha consignado repetidas veces –por lo menos desde julio– que existía para eso una ventana de oportunidad para el plan económico que debía seguir una secuencia sin margen de error: desinflación consistente, blanqueo de capitales, acuerdo con el Fondo Monetario Internacional con financiamiento nuevo, eventual renegociación o rolleo de deuda, flujo de dólares de inversiones incentivadas por el RIGI y crecimiento de las exportaciones de petróleo, gas natural e, idealmente, gas natural licuado.
En eso anda Caputo.
- La desinflación, dependiente como es de que la ecuación cambiaria no estalle, se ha dado, aunque no sin mesetas que duraron meses.
- El blanqueo ha sido exitoso y permitido el ingreso al sistema financiero de divisas líquidas por 24.000 millones de dólares, algo que no debe sorprender demasiado debido a sus condiciones extremadamente generosas. Ese mecanismo, además, asfaltó la autopista preferida del ministro de Economía, la de la bicicleta financiera –siempre temporal y de final empobrecedor–, que estimuló un ingreso aun mayor de billetes verdes.
- El acuerdo con el FMI parece al alcance de la mano tras la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. Mientras la caída de los tipos de cambio paralelos derrumba la brecha, ese entendimiento precipitaría la apertura del cepo.
- La refinanciación de deudas se hace más factible conforme baja el riesgo país y se afianza como eventual recurso, en forma de confianza del mercado, con las seguridades de pago que Caputo dio sobre la existencia de fondos para hacer frente al pago inminente por 4.000 millones de dólares de los bonos GD30 y el AL30.
- ¿Y el RIGI? ¿Generará el derrame de dólares que permita terminar de tapizar de billetes verdes el camino hacia el futuro? Posiblemente sí en una primera etapa, la de la construcción de infraestructura e instalaciones vinculadas al lanzamiento de los proyectos. Pero luego, en el mediano plazo, sus disposiciones son tan, pero tan generosas con el capital que no aseguran de ninguna manera que los dólares que generen las exportaciones toquen, siquiera fugazmente, suelo argentino. Y vuelve así otra vez el gusanito de la inquietud y la duda.
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El panorama financiero del rabioso cocto plazo, hecho de una confianza de los agentes que se alimenta a sí misma en medio de un carry trade que por ahora no se detiene, parece despejado al menos hasta las elecciones; la intensidad de ese proceso fue mal calculada por la gran mayoría de los analistas. Ahora bien, las expectativas sobre una devaluación considerable del peso que revierta el atraso cambiario inducido por el Gobierno podrían comenzar a concentrarse hacia el final del año que viene, sobre todo como contrapartida reclamada por el Fondo a una nueva asistencia. ¿Pero eso sería realmente inevitable?
Esa percepción se subraya por una razón adicional: ¿con qué dólares se pagaría el festival de importaciones que se pretende inducir? La Argentina está cambiando, pero todavía no terminó de hacerlo, y mientras así sean las cosas, la ecuación conocida impone que debe haber divisas para importar o, en su defecto, resignarse a que el crecimiento encuentre pronto su techo.
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De dijo más arriba que la Argentina –su estructura económica, su perfil exportador y su acceso a divisas– está cambiando aceleradamente.
Gracias al boom de Vaca Muerta, la balanza energética ha pasado en pocos años de severamente negativa –eso explica la instauración del cepo en 2011 por parte de Cristina Fernández de Kirchner– a cada vez más superavitaria, con visos de generar a partir de 2030 casi el equivalente a lo que tradicionalmente ha aportado el complejo sojero.
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Con eso, se modifica la conformación de su Círculo Rojo, en el que inciden cada vez más contundentemente sectores vinculados a la producción y el transporte de energía.
Agro concentrado y altamente competitivo, petróleo, gas y minerales… Se trata de sectores que no son los que mayor derrame generan en términos de empleo, pero que son más sensibles para sus exportaciones al precio internacional de sus respectivas commodities que al nivel del tipo de cambio. ¿Será que, a diferencia del pasado, la Argentina podrá convivir en el mediano a largo plazo con un tipo de cambio más bajo?
Esa es una de las cosas que el presente no permite afirmar, pero que, al menos como hipótesis, debe comenzar a formar parte de los análisis.
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La verdadera discusión (sin distracciones)
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Sin embargo, hay que vivir mañana y el problema central del corto y mediano plazo es que el modelo en vigor genera impactos inevitablemente negativos sobre la industria –ya sea por incentivar la competencia importada, ta sea por desincentivar a sus segmentos exportadores–, el empleo y, de la mano de eso, el consumo. Allí, sobre todo en el entramado pyme, se encuentra a los perdedores del modelo Milei.
Esto, desde ya, es parte del modelo de marras, totalmente volcado al incentivo de la inversión, en especial en actividades primarias y extractivas. Aunque de modo desparejo, la economía está rebotando en promedio desde el subsuelo, claro que sí, pero el crecimiento del 4 al 5% esperado para 2025 tendría un fuerte componente estadístico, por medirse contra los sótanos de la recesión inducida por el debut devaluatorio de la actual administración. ¿Y después, qué?
Después, posiblemente, una "economía led", esto es de bajo consumo. De hecho, la reactivación en curso espeja el esquema mencionado: crecimiento fuerte del campo y la minería, y demora preocupante de la industria y el comercio. Tal vez la discusión del momento, esto es si se debe privilegiar en los análisis las mejoras intermensuales o las caídas interanuales, cambie de bocas conforme avance 2025…
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Además, el modelo implica una derrota punta a punta del salario que no es debidamente registrada por las estadísticas oficiales, que no reflejan debidamente el peso desproporcionado que han tomado en los presupuestos familiares los gastos asociados a los servicios públicos, y la salud y la educación privadas.
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Este proyecto es el corazón de lo que debería debatirse, aunque parte de la política sigue especulando con que Milei caiga en alguna Semana Santa que ya no será –claro– la de este año. Eso no pasará y lo que habría que pensar, más bien, es la posibilidad de que el modelo se sostenga más allá de los costos sociales y productivos que tiene más vocación por inducir –para liquidar sectores menos competitivos y reducir costos para los sobrevivientes– que de evitar.
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A su manera –tibia– la Unión Industrial Argentina (UIA) suelta como una lágrima –muy dosificada– sus quejas.
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Ante todo el esfuerzo oficial por reemplazar producción local por extranjera, el sector fabril pide reducción de impuestos para poder competir. Esa es, en parte, una mentira piadosa: no hay recorte de gravámenes realista que alcance para cumplir ese objetivo cuando el atraso cambiario inducido es tan grande. Es más: hasta hace poco se mencionaba también la necesidad de "bajar costos salariales" –su componente tributario, se mentía, no el salario propiamente dicho–, pero eso ocurrió y la industria no ha resuelto sus problemas.
El tema pasa por el dólar y todos lo saben, pero nadie –acaso alguno se atreva– va a decirlo en público para no ser acusado de militar en el impopular "club de los devaluadores".
Avisados de las quejas de un sector que entra –de modo no sorprendente– en una crisis de representatividad de sus dirigentes, ni Milei ni Caputo se molestarán por aparecer en la 30° Conferencia Anual de la UIA que comenzará hoy. Maldito dólar: ¿para qué prestarse a escuchar lo que ya se sabe y molesta tanto?
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Que tengas un muy buen día. Hasta mañana.
Marcelo Falak.
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